Cuando en 1991 decidí viajar por primera vez a Marruecos,
siguiendo una vaga intuición que me animaba a trabajar por fin con más tiempo,
menos equipo, más ansias y más libertad, iniciaba en cierto modo una forma de
entender la fotografía (y la vida) que llega hasta hoy: el viaje como
territorio no sólo de la geografía, sino también de la memoria; los lugares,
por cercanos o remotos que sean, siempre vinculados de un modo u otro a mis orígenes
y a un mundo tan difuso como cierto que podríamos caracterizar como ibérico; la
necesidad de partir de lo vernáculo para huir siempre del peligro de lo
exótico, que nada me interesa; y la literatura, la palabra, como motor de buena
parte de mis obsesiones.
Ello me ha llevado a recorrer no sólo nuestra península,
sino Latinoamérica y Marruecos, a quienes nos unen lazos que no creo necesario
explicar, y el mundo de la lengua portuguesa, siguiendo ese trazo de unión que
un día marcó Portugal, país ibérico y hermano, por cuatro continentes. Buena
parte de estos trabajos, presentes en esta exposición, se han recogido en mis
libros y/o exposiciones: Pisadas
sonámbulas: lusofonías; Marruecos,
fragmentos de lo cotidiano; La
creciente; La soledad y el deseo
y La lata de membrillo. Y están muy presentes
en otros de mis trabajos más recientes, principalmente en Nóstos.
En lo estrictamente fotográfico, con el paso del tiempo
siento que tres decisiones han resultado determinantes. La primera, cuando a
principios de la década de los ochenta opté por fotografiar sólo en color.
Luego, a partir de 1991, ese modo más personal e intenso de ejercer el oficio, citado
anteriormente. Y en 2006 el paso del soporte químico al digital (sin apenas nostalgia
por mi parte, he de decir). Tal vez por ello, reunir aquí los quince años
señalados pueda tener un sentido. Y más aún si además viene a suponer la
celebración de una amistad, fruto de la estrecha relación profesional mantenida
durante ese tiempo con Anna Sever, comisaria y artífice de esta exposición, que
sin su convicción y energía nunca habría visto la luz.
José Manuel Navia, primavera de 2015